Lo sabes al instante: el debut de Aucell Cantaire es un disco único. Supongo que lo has oído miles de veces, pero en este caso no es hablar por hablar: basta que dejes sonar unos cuantos segundos de “Pastor”, el tema que abre el álbum, para comprender que estás delante de algo diferente, nada de aquello que esperas cuando oyes las palabras “cantautor”, “mediterráneo” o “folk”. Porque Aucell Cantaire es todas esas cosas, pero lo es en un orden diferente y nuevo, como si nadie antes hubiese sido las tres a la vez. Al menos no como él.

De entrada, el nuevo "yo" artístico de Toni Verd hay que inscribirlo en una tradición, la de los exploradores surgidos para poner patas arriba el prematuro dogma de La Nova Cançó. Hablamos de gente como Pau Riba y Pep Laguarda, cuyos discos todavía hoy suenan inspiradores, tocados por una locura mágica y visionaria. Y por otro lado está la crónica personal. “Aucell Cantaire” no es sólo un disco. Es también la historia del renacimiento personal y espiritual de Toni Verd, su transformación de protagonista de algunos de los momentos más incendiarios del rock de los 90 en Mallorca al frente de Los Crudos a hombre, padre, poeta y un tipo completamente diferente de músico, autor y cantante.

En este proceso, Verd ha desarrollado una habilidad especial para entretejer lo personal con lo universal, convertir sus dudas íntimas en nuestras certezas, sus debilidades en una fuerza común. Grabado en los Estudios Favela con Pep Toni Ferrer y Michael Mesquida (Oliva Trencada, Zulu Zulu, Miquel Serra) y con el multinstrumentista Kiko Barrenengoa a su lado, Aucell Cantaire ha logrado dar forma a un disco con un sonido ultraterrenal, simple pero lleno de matices, que da todo el protagonismo a unas canciones que hablan de un anhelo universal: hacer las paces con uno mismo y con el mundo. Aucell Cantaire es góspel mediterráneo. O algo por el estilo.